POR SILVIO CABRERA
Algunos amigos residentes en los Estados Unidos y Puerto Rico, incluyendo un familiar, me hicieron ver la razón por la cual los dominicanos emigran hacia otro país dejando atrás sueños y familias.
Soy de los que siempre he dicho que nunca emigraría, pero después de ciertas vivencias entiendo a mis amigos y familiares que lo han dejado todo para irse a vivir a Estados Unidos, Puerto Rico y Europa.
En agosto del año pasado estuve con mi esposa en los Estados Unidos y me contaba un familiar nacido en New York que jamás volvería a la República Dominicana. Me decía que lo sentía, pero que este país, su país por demás, era una selva.
Me pareció una herejía de su parte, a pesar de las narraciones de vivencias que me hizo para justificar sus alegatos.
Me contó, y eso yo lo sabía, que una vez por razones que no vienen al caso recordar, lo mandaron a República Dominicana para que conociera su país y se pasara un tiempo y así evitar la confrontación de un problema que se vislumbraba venir.
Me dijo que estando en el país se lo ocurrió tomar un vehículo prestado para irla a la playa de Boca Chica. Me narró que decidió entrar al poblado de Andrés y que cuando decidió reanudar el camino hacia la playa, se encontró en la autopista con una patrulla de la Policía que lo mandó a parar.
Me contó que uno de los policías le dijo que iba manejando a más de 60 kilómetros por horas, por lo que le pidió su licencia de conducir para ponerle una multa.
Me expresó que le dijo a ese policía que no era cierto que estaba manejando a más de 60 kilómetros por hora, en razón de que apenas acaba de emprender la marcha del vehículo para entrar a la autopista Las Américas procedente del poblado de Andrés.
“Eso fue más que suficiente para que ese policía llamara a su compañeros y me diera una golpiza bajo el alegato de que yo le había dicho mentiroso”, me expresó el familiar.
Me enseñó algunas marcas permanentes en su cuerpo fruto de las golpiza que le dio el Policía. Todo eso yo lo sabía, pero me lo recordó como para que no lo olvidara y me dejara de hablar pendejadas respecto de que yo jamás emigraría.
Me expresó que lo cierto es que, contrario a mi posición, él jamás volverá a la República Dominicana, porque entiende que este país es una selva y que solo aquí se dan casos como éste.
“Prefiero mejor a Irak, que fue el problema por el cual me enviaron a República Dominicana, que volver a tú país”, me dijo el familiar.
Me recordó que tan pronto lo dejaron en libertad regresó a Estados Unidos, sin importarle que lo mandaran a pelear a Irak.
Algo más o menos parecido me contaron algunos amigos cuando visité el año pasado a Puerto Rico.
Me expresaron que en Santo Domingo para vivir hay que ser abogado, porque existe la cultura de que todo el mundo te engaña y la justicia es muy cara.
Les expresé a esos amigos que eso no era así y ellos me dijeron que conmigo no ocurría lo mismo porque yo soy periodista y “con los periodistas nadie quiere problemas”.
MI EXPERIENCIA
Hace una semana viví una experiencia que me hizo recordar lo que acabo de narrar.
Ocurrió que me llegó un recibo de Claro Codetel mediante el cual me comunicaron que tenía que pagar cuanto antes un “ajuste” de más de cinco mil pesos.
Llamé a la compañía y por más explicaciones que pedí, nadie me dijo las razones por las cuales se me aplicó el “ajuste”. Solo me decían que tenía que pagarlo y hacer un reclamo y que si luego se comprobaba que fue un error me devolvían el dinero.
¡Que impotencia sentí!, ¡Cuantas frustraciones!. Pensé en someter a la justicia la compañía, pero tuve que contenerme al pensar que los amigos abogados que en verdad resuelven cobran hasta 200 mil pesos solo por oírte plantear el caso para determinar si lo aceptan o no.
Fue entonces cuando comprendí los alegatos de los amigos dominicanos residentes en Puerto Rico y Estados Unidos. Entendí las razones del por qué de los viajes en yolas, del por qué del familiar que me dijo que prefería ir a Irak a pelear antes que volver a República Dominicana.
Recordé que uno de ellos me dijo que en Puerto Rico y Nueva York no es como aquí, que te engaña la compañía de teléfonos, de electricidad y hasta la de telecables, y que si te engañan allá tienen que pagar por ello.
Por suerte, valiéndome de mi condición de periodista fui a Indotel y a esa institución sí le dieron una explicación de lo que ocurría. Le dijeron que se trató de un error, que me pedían excusas y que no tenía que pagar el fastidioso “ajuste”.
Ahora los entiendo hermanos del exilio.
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